En
esta tercera y, por el momento, última entrada sobre el interior del magnífico
museo de San Petersburgo, os acerco algunas de las esculturas que podemos
encontrar allí expuestas. La colección es impresionante, y se encuentra entre
las más importantes de Europa; el palacio es, también, el mejor escaparate
donde exhibirlas.
Hay espacio de sobra, y las esculturas están expuestas de forma que podemos
verlas desde todos los ángulos. El conjunto de edificios es tan grande que los
visitantes nos repartimos por salones y pasillos. Somos muchos, pero no nos
estorbamos. Un diez para los que planifican un museo que contiene tres millones
de piezas.
Entre ellas, quince esculturas de Antonio Canova, ahí
es nada. Las tres gracias, un grupo escultórico de estilo neoclásico, del que
existen dos versiones (la otra está en el Reino Unido), nos deja con la boca
abierta. Fue encargada por la emperatriz Josefina de Beauhamais, pero fue su hijo
quien, tras su fallecimiento, se la llevó a San Petersburgo. Tallada en una
sola pieza de mármol blanco, destaca por la suavidad de la piel de las
protagonistas.
Hebe,
otra obra del mismo escultor, es una de las más conocidas. Hija de Zeus y Hera,
ella era la responsable de servir el néctar de la eterna juventud, motivo por
el que es representada portando una copa mientras sus pies apenas tocan las
nubes. La sensación de movimiento está muy bien conseguida.
También
hay una Magdalena Penitente, de la que hay dos versiones principales además de
varias copias.
Y la
muy famosa Psique y Eros, fotografiada desde varios ángulos. Esta es una copia
del conjunto expuesto en el Museo del Louvre, en París. Fue encargada por el
coronel John Campbell en 1787, y la escena capta el momento en el que Eros
revive a Psique con un beso, después de que ella haya tomado la poción mágica
que la había sumido en un sueño eterno.
No muy
lejos encontramos a una Bailarina y a Cupido.
También
hay obras de otros escultores, como El girador, de Rudolph Schadow, que llegó
desde el palacio Znamenka, situado cerca de San Petersburgo.
O esta
otra, Pigmalión y Galatea, de Étienne Maurice Falconet, que representa una
leyenda en la que una estatua cobra vida, pero termina aprisionando a su
creador, que había ofendido a Afrodita.
De
Bertel Thorvaldsen tenemos un pastor, mientras que no he logrado identificar al
autor de la escultura de la última foto.
Fuentes:
Wikipedia y elaboración propia.