Una de las cosas
que me sorprendieron de Bretaña fue la escasa oferta de hoteles. Y eso que
estamos hablando de una región turística de Francia. Parece que lo que se
estila por aquí son los campings y las casas rurales, pero éstas últimas están
sin señalizar y nosotros íbamos a la aventura, durmiendo donde nos parecía.
Lo
cierto es que en Brest estaba todo lleno y tuvimos que ir a Morlaix, una
pequeña localidad que usamos como campo base durante los primeros días y en la
que había un par de restaurantes donde cenamos bien.
La excursión del
día nos llevó hasta Carantec, siguiendo la carretera de la costa y
deteniéndonos de vez en cuando, bien en algún pueblecito, bien para recorrer
algún sendero.
Locquénolé
tenía esta bonita iglesia.
En Carantec la playa estaba desierta a pesar de ser
mediados de julio. Bueno, el día no acompañaba precisamente.
Fuimos hasta el
centro, donde visitamos esta otra iglesia con bonitas vidrieras.
Y nos acercamos hasta el castillo de Taureau,
construido en 1544 para defender esta costa de las incursiones inglesas. Se
supone que un barco te lleva hasta él, pero no teníamos tiempo para visitarlo,
así que nos limitamos a caminar un poco por los alrededores.
De esta forma,
llegamos hasta la cercana Punta de Cosmeur, lugar en el que la bahía de Morlaix
se abre al Atlántico.
La mera baja dejaba al descubierto una pequeña cala
cubierta
de algas en la que encontramos algunas lapas.
Desde aquí seguimos
camino hacia Saint-Pol-de-Léon.