Por fin,
después de tantas nubes, tuvimos un día soleado, el mejor en Torres del Paine y
probablemente de todo el viaje. Las montañas se veían claramente recortadas
contra el cielo desde nuestra habitación y desde el comedor, aunque las fotos
que he subido son de unas horas más tarde.
Nuestra guía de hoy nos espera
puntualmente en recepción para la primera excursión del día, que nos permitirá
ver cóndores en las cornisas que hay al este del parque. Aprovechamos que hay
poco viento, porque unas semanas atrás fallecieron algunos excursionistas y no
es cuestión de hacer tonterías.
Por el
camino vemos un caracara, que está dando cuenta de los restos de un cordero
junto a la pista. No se siente cómodo teniéndonos tan cerca y se aparta un
poco. Se oculta entre los arbustos, pero no abandona el preciado botín.
Por la
noche, una nevada ha cubierto las colinas de alrededor. El viento se ha llevado
las persistentes nubes.
Vamos
ascendiendo sin demasiada dificultad mientras nuestro hotel va quedando más y
más abajo. No sé si se aprecia bien en las fotos, pero el desnivel es
considerable.
Una panorámica, hecha con el móvil,
para situaros.
Nuestra guía, se asomaba al
precipicio para buscar cóndores en sus posaderos; aún se me ponen los pelos de
punta sólo con ver las fotos. Nosotros, en cambio, guardábamos una prudente
distancia de varios metros.
La
mayoría de los corderos han nacido hace un par de meses, mientras que las crías
de los guanacos lo están haciendo ahora. La guía nos da esperanzas con respecto
a los cóndores y nos cuenta los muchos que ha visto en visitas anteriores, pero
vamos avanzando de cornisa en cornisa sin divisar ninguno. Tan solo divisamos
un par que sobrevuelan a bastante altura, lejos de mi teleobjetivo. Para mí que
con el sol que hace ya han partido todos a buscar comida y que mejor nos habría
ido madrugando un poco más.
Vemos,
eso sí, varios esqueletos de ovejas que se han quedado atrapadas entre los
arbustos cuando estos estaban cubiertos por la nieve. Algunos llevan allí un
par de años y parecen de cartón. También hay infinidad de huesos por el suelo,
testigos quizá de la presencia del puma.
El caso
es que se nos fue la mañana sin ver ni un mísero cóndor. Eso sí, el paisaje era
espectacular, con las Torres al fondo y el Lago Sarmiento y nuestro hotel
muchos metros más abajo de donde nos encontrábamos.
El perfil de esta roca se parece al
de un indio que esté vigilando.
Ya a la
vuelta, subidos al todoterreno, vimos a un papa ñandú con veintiún charitas
correteando a su alrededor. Es el padre el que incuba los huevos que van
dejando en su nido las diversas hembras. También se encarga de sacarlos
adelante una vez han nacido. El color de sus plumas, similar al del terreno,
les sirve de camuflaje.
Otro caracara cruza volando por
delante de nuestro vehículo.