Suiza es
así, después de tres intentos de pasar un fin de semana en Zermatt, frustrados
por el mal tiempo, a la cuarta fue la vencida. Y de qué manera. Tuvimos un día
de sol espléndido, sin nubes, y con una temperatura muy agradable.
Con poco
menos de seis mil habitantes, en el cantón de Valais, Zermatt es una afamada (y
cara) estación de esquí. Está lejos de Zug, a cuatro horas en coche, motivo por
el cual no la he conocido hasta ahora, justo antes de que terminara el mes de
agosto.
Me habían
hablado tan bien de ella, que casi me decepcionó un poco. Quizás tenga mejor
ambiente y presencia en invierno, cuando hace más frío. El caso es que el lugar
no deja de ser bonito, debe ser más bien que me estoy volviendo demasiado
exigente.
No se
puede acceder en coche, hay que aparcarlo en Täsch y tomar un tren hasta el
pueblo, desde donde salen los trenes y funiculares que te llevan a las montañas
que rodean la población.
Solventados
unos “problemillas” con la señora que controlaba el acceso en la estación – no
quiso escanear mi billete y tuve que hacer cola, perdiendo el tren –
conseguimos llegar a una hora aún razonable. No es frecuente encontrarte con
gente tan estúpida, pero a veces sucede.
Hay
infinidad de rutas para hacer senderismo. Nosotros subimos en el tren
Gornergrat, que llega hasta los 3.100 metros, ascendiendo 1.500 metros en
apenas tres kilómetros, así que imaginad la pendiente.
Las
vistas del Matterhorn desde la propia estación son muy bonitas, aunque al ser
el final del verano apenas hay nieve.
Justo
enfrente tenemos el Glaciar Gorner, de 14km de largo por uno y medio de ancho.
Sus 57 km2 lo convierten en el segundo más grande de la Europa
continental, detrás de Aletsch.
Salvamos,
esta vez a pie, otros 130 metros adicionales para tener mejores vistas y
bajamos en tren, pero sólo hasta Riffelalp, una parada intermedia, ya que
iremos caminando hasta Sunnegga. Zermatt está al fondo del valle.
El Monte
Cervino, como se lo conoce en Italia, o el Matterhorn, que es la versión suiza,
es impresionante. Sus 4.478 metros de altura lo convierten en la quinta cumbre
de los Alpes. Ya desde el tren cayeron las primeras fotografías, fruto de mi
impaciencia. Por lo visto, no es frecuente verlo completamente limpio de nubes.
Aunque la
ruta que hicimos es corta, hay que salvar algunas pendientes que hicieron mella
en mi reconocida falta de forma. Hay otra un poco más larga en la que se ven
cinco lagos en lugar de los dos que vimos nosotros, pero mis amigos no estaban
por la labor, hacía calor y la descartamos.
No sé cómo
será el paisaje con más nieve, y en cualquier caso nos faltó la foto más famosa
de todas, la que se hace desde uno de los lagos que están más arriba, pero esta
caminata nos dejó un poco fríos. De haber ido yo solo habría hecho el esfuerzo
de subir a los otros lagos, porque aunque era tarde – la hora buena para la
famosa foto debe ser a primera hora de la mañana – creo que valía la pena
intentarlo. Quedará para otra visita, aunque no sé si tendré tanta suerte con
el tiempo.
Ya por la
tarde, nos dimos una vuelta por Zermatt y aprovechamos para cenar allí.