Ya en el último
tercio de nuestro viaje, habíamos llegado a Agra la tarde anterior. Como de
costumbre, madrugamos, porque queríamos ir pronto al Taj Mahal y evitar la
multitud, pero al descorrer las cortinas de nuestra habitación nos encontramos
con que una densa capa de niebla lo cubría todo.
Ir a la India y
quedarte sin ver el Taj Mahal es un gran contratiempo, pero si algo he
aprendido en mis viajes es que no sirve de nada quejarse. Además, siempre
sucede algo inesperado y nuestro periplo se estaba saldando demasiado bien
hasta entonces.
Llamamos
al chófer y le pedimos que pasara a recogernos un par de horas más tarde, pero
como la niebla no levantaba, cambiamos el orden de las visitas y nos fuimos a
ver el Fuerte de Agra.
Situado a menos de tres kilómetros del famoso Taj
Mahal, el fuerte es un monumento que impresiona por su tamaño, 380.000 km2.
De hecho es más una ciudad amurallada que un fuerte.
Según la Wikipedia,
Sikandar Lodi (1488 – 1517) fue el primer sultán que cambió Delhi por Agra,
convirtiendo así a la ciudad situada en Utta Pradesh en una segunda capital.
Sería
su hijo, sin embargo, el que construyese la mayoría de los edificios,
mezquitas, palacios y pozos que componen el fuerte.
Humayun, de cuya
tumba hice una entrada en mi otro blog, fue coronado aquí en 1530, pero sólo
pudo habitarlo una década; se ve que eran tiempos convulsos.
El
fuerte, de planta semicircular, está junto al río Yamuna y tiene cuatro
puertas. Dos murallas y un foso lo protegen. La visita da para varias horas,
así que armaros de paciencia y disfrutad del lugar, que merece la pena.
Los pocos turistas con los que nos cruzamos eran
indios.
Unas horas más
tarde la niebla había levantado y aunque el día no era espectacular pudimos ir
al Taj Mahal, al que reservo otra entrada.