lunes, 23 de abril de 2018

Oslo VII - El museo del Fram

Imagino que a ninguno de los que pasáis habitualmente por aquí os pilla por sorpresa mi interés por las exploraciones y por los grandes viajeros. Siendo así, en mi primera visita a Oslo no podía dejar de ver el Museo del Fram, un barco diseñado para alcanzar el polo norte y que, curiosamente, terminaría por hacer historia en ambos casquetes.




Fue utilizado por los exploradores noruegos Nansen, Sverdrup, Wisting y Amundsen en sus expediciones en el Ártico y en el Antártico, entre 1893 y 1912.  Fram en noruego significa adelante, y fue botado el 26 de octubre de 1892.

Lo diseñó y construyó Colin Archer, para la expedición de Nansen en 1893, con la intención de que quedara atrapado en el hielo invernal, de forma que la deriva les acercara al Polo Norte. Las corrientes árticas habían sido inferidas al descubrirse en Groenlandia los restos del USS Jeannette, un barco que se perdió en Siberia. Esto dio la idea a Nansen para hacer su expedición de tres años.



Otto Sverdrup, que había comprado la nave al regreso del viaje, se embarcó, en cambio, en una travesía de carácter científico por el Ártico Canadiense que duró cuatro años.

Se considera que el Fram es el barco de madera que más al norte (85 57’N) y más al sur (78 41’S) ha navegado. Tiene 39 metros de eslora y 11 de manga, unas dimensiones un tanto extrañas para una embarcación, pero que le permitían soportar mejor la presión del hielo. Su calado era inferior a los 6 metros y el casco fue construido con muchas redondeces y una anchura extra, de forma que el hielo lo levantara en lugar de quebrarlo.


La nave fue aislada convenientemente para que la tripulación pudiese vivir en ella un total de cinco años, e incluso contaba con un molino de viento para generar electricidad.



Roald Amundsen, el primer hombre en alcanzar el Polo Sur lo utilizó en su expedición de 1910-1912.


El museo, donde se encuentra desde 1935, es magnífico, con la oscuridad y temperatura justas para preservar esta joya. Diferentes alturas permiten verlo desde todos los ángulos, al tiempo que se aprende sobre las expediciones polares gracias a los numerosos carteles que hay distribuidos.




Pero la mayor sorpresa fue descubrir que se podía acceder al interior, una oportunidad única para sentirse explorador por un día, así como para hacerse una idea de cómo eran las condiciones de vida a bordo de la nave. En el museo hay una cámara en la que podemos sentir el frío, así como experimentar con el peso de un supuesto trineo.




El museo se complementa con maquetas y carteles que rodean la embarcación. Nos dan una idea de cómo los noruegos prepararon todas estas expediciones, triunfando allí donde Scott encontró la muerte.




Tienen una buena librería de la que, sorprendentemente, conseguí salir indemne, puesto que aún tengo pendiente un libro sobre el tema, el relato de Apsley Cherry-Garrard sobre la expedición del capitán Scott al Polo Sur (1910- 1913).


Muy cerca de este museo tenemos otra joya de la navegación, el Gjøa, pero sobre él hablaremos en otra ocasión.