Era nuestro primer día de safari. Habíamos pasado toda la mañana en Lago Manyara, comido en Ngorongoro, y nos encaminábamos ahora hacia el tercer parque del día, el famoso Serengeti.
Fueron varias horas dando botes dentro del jeep, por una pista de tierra llena de baches, pero al comienzo de cualquier viaje se aguanta todo. La ilusión lo perdona todo y admás es contagiosa.
Estábamos prácticamente solos en medio de una impresionante llanura de la que apenas se divisaban sus límites.
Nos sorprendió una de las primeras lluvias de la temporada. El cielo se cubrió de nubes negras y la luz descendió a niveles mínimos. No son las mejores condiciones para sacar fotos, sobre todo cuando se viaja sin trípode y no te dejan bajar del vehículo. De ahí los pobres resultados que espero mejorar en próximas entregas.
Nos detuvimos un par de veces. La última justo a la entrada del parque.
La tierra está ávida de agua. Un masai espera paciente a que alguien lo lleve. El polvo vuela por todas partes.
Dejamos atrás el área protegida de Ngorongoro y entramos en el Serengeti.
El sol se asoma con timidez y un águila nos observa desde la copa de esta acacia.
Os la acerco un poco por si no la veis bien.
Aún es pronto, pero casi no hay luz. Andamos tras la pista de nuestro primer leopardo y sacrificamos una puesta de sol en la que además hay demasiadas nubes. Otra vez será.