Hoy toca ir a ver ballenas. Y bien lejos, además, casi en las antípodas de donde vivo.
Estas son unas imágenes curiosas, con las montañas saliendo por encima de las nubes. El efecto es extraño, ¿verdad?
Kaikoura es una ciudad en la que viven poco más de dos mil personas. Se encuentra en la costa este de la isla del sur de Nueva Zelanda, y es un lugar privilegiado para avistar cachalotes. Apenas hay plataforma continental, y la profundidad del mar es grande dentro de la propia bahía, muy cerca de la costa, y ya se sabe que eso les gusta a este tipo de ballenas.
Los que me seguís habitualmente ya sabéis que Nueva Zelanda fue uno de mis viajes favoritos. Llovió mucho, es cierto, y eso lo deslució un poco las vacaciones, pero el país es tan variado y tan bonito que no dejo de recomendarlo. En esta ocasión estoy ya en mi última semana de viaje, cerca del final.
Como en todo el país, el turismo está muy bien organizado; en este caso por una empresa que pertenece a los aborígenes, los maoríes. Nada más abordar nos dijeron que debíamos sentarnos y abrocharnos los cinturones, pero la decepción (yo quería ir en cubierta) pasó pronto al comprobar que el barco iba cogiendo velocidad. No sé cuántos nudos alcanzamos, pero íbamos muy rápido.
Por el camino nos mostraron un vídeo muy bueno, que simulaba que las aguas del mar se retiraban, por lo que pudimos imaginar muy bien la profundidad que se abría bajo nuestra quilla.
El problema de ir a avistar ballenas es que normalmente vemos poco del animal ya que está sumergido. He buscado en Internet un par de fotos para que os hagáis una idea de su tamaño, comparándolas luego con las mías.
Lo que sobresale del agua en mis fotos es la parte que va desde la cabeza hasta esa joroba que tiene más o menos a dos tercios de la longitud total del cuerpo.
El cachalote es el animal dentado más grande que existe en la actualidad. Los machos pueden alcanzar los veinte metros de largo y pesar cincuenta toneladas. Creo recordar que la eslora de nuestro barco era de catorce metros. También hay una foto en la que se ven ambos, animal y barco, uno junto a otro.
¡Pueden sumergirse hasta tres kilómetros! ¿Os lo imagináis? Y permanecer bajo el agua hasta hora y media. Entre una inmersión y otra deben permanecer unos diez minutos respirando en la superficie, a fin de renovar el aire de sus pulmones. Es entonces cuando se puede aprovechar para observarlos.
Como digo, lo tienen muy bien organizado. En cuanto avistan uno en la superficie acudimos raudos a su encuentro, con la esperanza de que no se sumerja pronto. Lo hicimos tres veces en el transcurso de una hora y sólo llegamos tarde en una ocasión. Además, sitúan el barco de forma que podamos fotografiar su aleta dorsal en el momento de sumergirse. Es toda una experiencia.
Esta es la segunda que vimos, con el sol de frente, en un mar algo más movido.
Cuando levantan la cabeza de esta forma es que están a punto de sumergirse.
En España también hay varios sitios donde pueden avistarse ballenas. Procuraré informarme, porque me gustaría repetir la experiencia más cerca de casa.