Elegí pasar una jornada en Alejandría como complemento a mi viaje por Egipto, pero la excursión desde El Cairo es bastante larga y debo reconocer que me decepcionó un poco. El paisaje desde la autopista tampoco fue lo que esperaba.
Además, los chóferes no descansan lo suficiente, así que en temporada alta puede haber accidentes por exceso de horas al volante. Aunque no fue mi caso, conviene saberlo a la hora de contratar la excursión; África sigue estando varios pasos por detrás en materia de seguridad y a nosotros corresponde denunciarlo y exigir que se respeten los descansos.
La ciudad es caótica como pocas, con un tráfico endiablado, taxis por todas partes y furgonetas repletas de viajeros a modo de autobuses.
En esta calle tan estrecha que apenas cabía nuestra furgoneta, nos encontramos con un tranvía de frente, pero lejos de retroceder conseguimos hacernos a un lado, invadiendo los puestos y tenderetes. Así de cerca pasó el tranvía.
Los hombres tomaban té a la puerta de sus negocios, y había muchos coches partidos por la mitad que me llamaron la atención.
Comenzamos visitando las Catacumbas de Kom el Shufaka, y luego nos llevaron hasta la Columna de Pompeyo, llamada así porque se pensaba que aquí fue enterrado el famoso general romano. Tiene treinta metros de alto, y es en realidad una de las muchas columnas que adornaban el desaparecido templo egipcio de Serapis. Es de granito rojo, de Asuán. ¿Os imagináis las dimensiones del templo?
Junto a ella hay dos pequeñas esfinges, también de granito rojo.
La ciudad fue fundada por Alejandro Magno en el 332 a.C. después de que el lugar le fuese revelado por un pasaje de la Odisea. Se dice que usaron harina en lugar de yeso para señalar el emplazamiento y que llegaron unas gaviotas y se la comieron. Alejandro vio esto como un mal presagio, y aunque ahora es una ciudad muy próspera, algo debía haber de cierto, porque la mayor parte de las ruinas se encuentran bajo las aguas.
Se están llevando a cabo excavaciones subacuáticas, y se recuperan multitud de piezas, entre las que parecen encontrarse restos del famoso faro, emplazado en la isla del mismo nombre.
Algunas de estas piezas han podido verse hace poco en una excelente exposición en Madrid.
Parece ser que el sultán Qaitbay utilizó en 1480 parte de los sillares del faro para construir su ciudadela, una fortaleza que vigila la entrada a los dos puertos de la ciudad.
Estas son las ruinas del teatro romano. Impresiona menos que otros muchos, pero nos enseñaron algo curioso. Bajamos hasta el escenario y mirando a las gradas pronunciamos unas palabras; está construido de tal manera que nuestras voces sonaron mucho más altas de lo habitual.