Visitar Oslo por primera vez y que te toquen unos días soleados por mucho
que sea principios de junio es una gran suerte. Había leído un poco sobre la
capital noruega, y sabía que uno de los lugares que no debía perderme era este
famoso parque. De hecho fui dos veces, y por eso hay fotos con charcos y nubes.
El segundo día la luz es completamente distinta; mucho más suave.
Nada más llegar nos topamos con la cancela de la
entrada principal, construida en hierro forjado y granito. Es el punto de
partida de un eje de 850 metros que nos sorprenderá gratamente. Las puertas
fueron diseñadas en 1926, pero las farolas del centro son de los años treinta
del siglo pasado. La puerta se erigió en 1942.
Gustav
Vigeland, creador del parque entre 1907 y 1942 por encargo del ayuntamiento de
Oslo, fue un conocido escultor noruego. Muy cerca de la entrada vemos esta
estatua que le recuerda.
El sol
era tibio, pero daba gusto pasear entre los árboles y recorrer con calma las 32
hectáreas del parque. Una avenida flanqueada con árboles nos marca el camino,
pero yo me desvío.
Me
acerco al puente, que tiene 58 de las más de 200 estatuas que hay repartidas
por el parque. La mayoría son de bronce, pero también las hay de piedra y de
hierro forjado. El puente, de cien metros de largo y quince de ancho, fue
construido sobre otro anterior, de 1914. En las cuatro esquinas, sobre cuatro
columnas de granito encontramos a personas luchando con lagartos que
representan demonios.
Las
hay de todos los tipos. Hombres, mujeres y niños que lo mismo pelean entre
ellos que se abrazan. Jóvenes y mayores, el trabajo de toda una vida, cuyos
bocetos y modelos podemos ver en un museo cercano. El artista hizo muchas más
esculturas que al final no se incluyeron en el proyecto. Curiosamente, las
últimas en hacerse se instalarían primero, de forma que durante el verano de
1940 el puente ya fue abierto al público.
Esta
escultura de un niño con una rabieta (Sinnataggen) se ha convertido en uno de
los símbolos de la ciudad. En los últimos años se ha puesto de moda la tontería
(no puedo con estas cosas) de tocarle la mano izquierda.
En mi segunda visita, bajo un cielo nublado, la luz cambia.
Era junio, y había bastantes flores.
Cerca
del puente hay una pequeña plaza con curiosas esculturas de bebés.
Atravesando
el puente llegamos hasta la siguiente atracción, una inmensa fuente cuyo primer
diseño data de principios del siglo XX. Su historia fue azarosa, cambiándose
varias veces su forma y emplazamiento hasta terminar en este parque.
La
fuente es de bronce, con unos paneles laterales, 60 en total, en los que se nos
muestra el ciclo de la vida. En el centro, seis gigantes sujetan el enorme
depósito de agua, rodeados por veinte árboles cargados de figuras, que
muestran, de nuevo, las diferentes edades del hombre, desde varios bebés recién
nacidos en el primer árbol hasta un esqueleto en el último. El ciclo de la vida
que se renueva constantemente.
Hoy lo dejamos aquí, dentro de unos días visitamos el Monolito y la Rueda
de la Vida.
Fuentes: Wikipedia, Museo Vigeland y elaboración
propia.