Nos habían
recomendado que nos diésemos una vuelta por los ghats antes de las seis de la
tarde, cuando al anochecer, se realizan las ceremonias religiosas frente al
Ganges, de modo que vencimos la pereza y el cansancio y nos pusimos en marcha.
Como nuestro hotel estaba
en las afueras tomamos un tuc-tuc hacia el centro. Por el camino, el conductor
hizo una llamada y les dijo a sus compañeros de qué hotel habíamos salido; es
una forma de catalogar a los turistas para pedirles luego más o menos dinero.
Claro que esto lo hacen en hindi, para que no te enteres de qué va la cosa.
Al
llegar al centro el conductor nos informó de que el acceso a los ghats estaba
cortado y de que teníamos que seguir a pie, pero que nos podía ofrecer la
compañía de un guía al que por supuesto también había que pagar. Hay que
reconocer que lo tienen todo muy bien organizado, pero es justo lo que no me
gusta de este país, lo mentirosos que son.
Por supuesto puedes
elegir si quieres un guía o no, pero la sensación de encerrona y de que no
obtienes el servicio que has pedido no se te quita de la cabeza. Has negociado
un trayecto en taxi, pero dejan tirado a mitad de camino y con escaso poder de
negociación.
Nosotros decidimos
que iríamos mejor acompañados, que ganaríamos tiempo y que nos quitaríamos de
encima al resto de moscones. La verdad es que acertamos de pleno o simplemente
tuvimos suerte, pero ya es triste tener que actuar así.
Las barcas de la
mañana parecían descansar, pero no os equivoquéis, no hay veda en la caza al
turista.
Es pronto, pero los
ghats empiezan a llenarse de gente que quiere garantizarse un buen sitio para
la ceremonia.
El escenario es el
mismo de esta mañana, pero parece diferente. El ambiente es mucho más sosegado
y la luz es otra.
Antes
de que nos demos cuenta ha anochecido y se ha congregado un montón de gente.
Nuestro guía nos ha buscado un buen sitio, pero siempre se puede hacer como
ellos, un fuerte golpe de cadera y se sienta uno sin más contemplaciones.
A pesar de la
suciedad, por muy pesados que sean los indios y por poco que me guste cómo
tratan a los turistas, reconozco que Varanasi tiene algo que la hace especial.
Estábamos al final del viaje y me sirvió para reconciliarme.
Mención aparte merece el
personal del hotel. Creo que les queda mucho por aprender, pero al menos lo
intentan. No parecen entender lo que es tener una reserva en el restaurante y
te hacen esperar sin motivo, cosa incomprensible en un establecimiento al que
se supone cierta categoría, pero se leen las encuestas y hasta hacen caso de
los comentarios. Seguro que conforme vayan recibiendo más turismo de calidad
van mejorando.