lunes, 30 de octubre de 2017

Ballenas en Gansbaai

No era la mejor época para ver las ballenas en el extremo sur de Sudáfrica; al menos eso era lo que decían las guías, pero lo cierto es que había un buen número de ellas, y, sabiéndolo, no quise desaprovechar la ocasión de verlas desde la costa. Hay tours en barco, pero a pesar de que el mar parecía estar plano y tranquilo, preferí verlas desde tierra.


Jo, mi guía en la Reserva Natural de Grootbos, me acompañó durante todo el día, patrullando por la costa en una búsqueda que resultó infructuosa durante toda la mañana. Después de comer, tuvimos más suerte.
Nubes negras cubrían el horizonte, y los rayos del sol apenas encontraban algún hueco por el que colarse. La luz era espectacular y ya habíamos avistado algunas ballenas saltando fuera del agua, pero tan lejos que ni me molesté en tomar mi cámara.


No tardaríamos en descubrir varias ballenas francas al borde mismo de las rocas. Claro que, contrariamente a lo que vemos en los documentales en televisión, en la vida real solo es posible distinguir sus lomos mientras ellas se dejan llevar perezosamente por la corriente. De vez en cuando se atisba una cabeza, con sus típicas callosidades, o una aleta, pero el resto del inmenso animal queda oculto bajo el agua.




Varios ejemplares nadaban en parejas, muy cerca de la superficie, aprovechando para renovar el aire de sus pulmones mientras la tarde se oscurecía más y más.
La ballena franca austral mide unos 15 metros de largo, alcanzando las 40 toneladas de peso. No está claro cuántas quedan en el mundo después de que fueran activamente cazadas, gracias a la facilidad que presentaba su captura. Algunas fuentes dicen que quedan unas 3.000, otras elevan esta cifra hasta los 9.000 ejemplares, pero su largo periodo de gestación hace que el crecimiento de la población sea muy lento.




Éramos un pequeño grupo de turistas los allí reunidos, pero también había gente de la zona, como esta madre, que disfrutaba del espectáculo junto a su hijo pequeño, sentados en una piedra.




Las rocas del  primer plano nos sirven de patio de butacas improvisado. El lugar ideal para sentarse con una cerveza en una mano y la cámara en la otra, viendo pasar ballenas mientras respiramos la brisa marina.



Un poco más allá el paisaje es parecido, un pájaro se posa en lo alto de un arbusto y nosotros disfrutamos de una tarde tranquila y especial como pocas.




Sin darnos cuenta, nos acercábamos al final de mi penúltimo día de viaje.