martes, 28 de abril de 2015

Tahai II

Era nuestra última mañana en Isla de Pascua. Facturamos la maleta y tomamos un taxi al museo Sebastian Englert que reúne un puñado de objetos recogidos en la isla. Son pocos, pero las explicaciones están muy bien.

Volvimos caminando por la costa hacia la capital. Fue un paseo muy bonito junto al mar, admirando los mismos moai que habíamos fotografiado la tarde de la puesta de sol. Quedan algunas estructuras de piedra en las que los indígenas guardaban sus gallinas durante la noche.



Allí estaban los moai, iluminados por el sol de la mañana.    




El Ahu Ko Te Riku es uno de los pocos a los que han restaurado los ojos.    




Ahu Tahai nos mira desde su impresionante altura.    


Ahu Vai Ure, con sus cinco moai y el Océano Pacífico al fondo. Pensar en la cantidad de agua que hay hasta Tahití y luego hasta Nueva Zelanda me supera.    





El mar bate contra las rocas volcánicas.





Restaurados en 1974 por un arqueólogo norteamericano cuyas cenizas reposan allí, los tres ahus nos sirvieron de despedida a esta isla maravillosa. Por el camino quedan otros moai aún en el suelo.    


El cementerio luce sus mejores galas a la luz del día.    




Sin querer marchar, nos aferrábamos a Hanga Roa, a la que dedicaré una entrada aparte.    



Isla de Pascua está muy lejos y no será fácil que pueda volver, pero no descarto hacer escala allí en un futuro viaje por la Polinesia. Después de todo, soñar es gratis, viajar no tanto.