miércoles, 24 de mayo de 2017

Oslo V - Parque Vigeland I

Visitar Oslo por primera vez y que te toquen unos días soleados por mucho que sea principios de junio es una gran suerte. Había leído un poco sobre la capital noruega, y sabía que uno de los lugares que no debía perderme era este famoso parque. De hecho fui dos veces, y por eso hay fotos con charcos y nubes. El segundo día la luz es completamente distinta; mucho más suave.
Nada más llegar nos topamos con la cancela de la entrada principal, construida en hierro forjado y granito. Es el punto de partida de un eje de 850 metros que nos sorprenderá gratamente. Las puertas fueron diseñadas en 1926, pero las farolas del centro son de los años treinta del siglo pasado. La puerta se erigió en 1942.



Gustav Vigeland, creador del parque entre 1907 y 1942 por encargo del ayuntamiento de Oslo, fue un conocido escultor noruego. Muy cerca de la entrada vemos esta estatua que le recuerda.


El sol era tibio, pero daba gusto pasear entre los árboles y recorrer con calma las 32 hectáreas del parque. Una avenida flanqueada con árboles nos marca el camino, pero yo me desvío.



Me acerco al puente, que tiene 58 de las más de 200 estatuas que hay repartidas por el parque. La mayoría son de bronce, pero también las hay de piedra y de hierro forjado. El puente, de cien metros de largo y quince de ancho, fue construido sobre otro anterior, de 1914. En las cuatro esquinas, sobre cuatro columnas de granito encontramos a personas luchando con lagartos que representan demonios.





Las hay de todos los tipos. Hombres, mujeres y niños que lo mismo pelean entre ellos que se abrazan. Jóvenes y mayores, el trabajo de toda una vida, cuyos bocetos y modelos podemos ver en un museo cercano. El artista hizo muchas más esculturas que al final no se incluyeron en el proyecto. Curiosamente, las últimas en hacerse se instalarían primero, de forma que durante el verano de 1940 el puente ya fue abierto al público.




Esta escultura de un niño con una rabieta (Sinnataggen) se ha convertido en uno de los símbolos de la ciudad. En los últimos años se ha puesto de moda la tontería (no puedo con estas cosas) de tocarle la mano izquierda.    


En mi segunda visita, bajo un cielo nublado, la luz cambia.




Era junio, y había bastantes flores.




Cerca del puente hay una pequeña plaza con curiosas esculturas de bebés.




Atravesando el puente llegamos hasta la siguiente atracción, una inmensa fuente cuyo primer diseño data de principios del siglo XX. Su historia fue azarosa, cambiándose varias veces su forma y emplazamiento hasta terminar en este parque.




La fuente es de bronce, con unos paneles laterales, 60 en total, en los que se nos muestra el ciclo de la vida. En el centro, seis gigantes sujetan el enorme depósito de agua, rodeados por veinte árboles cargados de figuras, que muestran, de nuevo, las diferentes edades del hombre, desde varios bebés recién nacidos en el primer árbol hasta un esqueleto en el último. El ciclo de la vida que se renueva constantemente.


Hoy lo dejamos aquí, dentro de unos días visitamos el Monolito y la Rueda de la Vida.

Fuentes: Wikipedia, Museo Vigeland y elaboración propia.