miércoles, 26 de noviembre de 2014

Torres del Paine - Cornisas de diorita

Por fin, después de tantas nubes, tuvimos un día soleado, el mejor en Torres del Paine y probablemente de todo el viaje. Las montañas se veían claramente recortadas contra el cielo desde nuestra habitación y desde el comedor, aunque las fotos que he subido son de unas horas más tarde.    



Nuestra guía de hoy nos espera puntualmente en recepción para la primera excursión del día, que nos permitirá ver cóndores en las cornisas que hay al este del parque. Aprovechamos que hay poco viento, porque unas semanas atrás fallecieron algunos excursionistas y no es cuestión de hacer tonterías.

Por el camino vemos un caracara, que está dando cuenta de los restos de un cordero junto a la pista. No se siente cómodo teniéndonos tan cerca y se aparta un poco. Se oculta entre los arbustos, pero no abandona el preciado botín.



Por la noche, una nevada ha cubierto las colinas de alrededor. El viento se ha llevado las persistentes nubes.    



Vamos ascendiendo sin demasiada dificultad mientras nuestro hotel va quedando más y más abajo. No sé si se aprecia bien en las fotos, pero el desnivel es considerable.    




Una panorámica, hecha con el móvil, para situaros.


Nuestra guía, se asomaba al precipicio para buscar cóndores en sus posaderos; aún se me ponen los pelos de punta sólo con ver las fotos. Nosotros, en cambio, guardábamos una prudente distancia de varios metros.



La mayoría de los corderos han nacido hace un par de meses, mientras que las crías de los guanacos lo están haciendo ahora. La guía nos da esperanzas con respecto a los cóndores y nos cuenta los muchos que ha visto en visitas anteriores, pero vamos avanzando de cornisa en cornisa sin divisar ninguno. Tan solo divisamos un par que sobrevuelan a bastante altura, lejos de mi teleobjetivo. Para mí que con el sol que hace ya han partido todos a buscar comida y que mejor nos habría ido madrugando un poco más.    






Vemos, eso sí, varios esqueletos de ovejas que se han quedado atrapadas entre los arbustos cuando estos estaban cubiertos por la nieve. Algunos llevan allí un par de años y parecen de cartón. También hay infinidad de huesos por el suelo, testigos quizá de la presencia del puma.    


El caso es que se nos fue la mañana sin ver ni un mísero cóndor. Eso sí, el paisaje era espectacular, con las Torres al fondo y el Lago Sarmiento y nuestro hotel muchos metros más abajo de donde nos encontrábamos.    





El perfil de esta roca se parece al de un indio que esté vigilando.


Ya a la vuelta, subidos al todoterreno, vimos a un papa ñandú con veintiún charitas correteando a su alrededor. Es el padre el que incuba los huevos que van dejando en su nido las diversas hembras. También se encarga de sacarlos adelante una vez han nacido. El color de sus plumas, similar al del terreno, les sirve de camuflaje.    




Otro caracara cruza volando por delante de nuestro vehículo.