miércoles, 24 de octubre de 2012

Budapest - Isla Margarita

Después de haber mostrado uno de los episodios más negros de la historia de Budapest en mi entrada sobre los zapatos del Danubio, aprovecho ahora para llevaros a otro rincón mucho más alegre, la isla Margarita, también en el Danubio.

Estuvo lloviendo durante los cuatro días que pasamos en esta bonita ciudad y este fue uno de los pocos momentos en los que tuvimos algo de sol.
La entrada al parque se hace desde uno de los puentes que cruzan el Danubio. Nosotros andábamos un poco perdidos porque estaban de obras, pero un albañil muy simpático, viendo que íbamos en mala dirección nos llamó y nos indicó cómo llegar por el camino más corto sin que nosotros le hubiésemos preguntado nada. Todo un detalle que agradecimos mucho.
Los dos kilómetros y medio de la isla se pueden recorrer andando, pero también hay autobuses para los vagos recalcitrantes. Salen desde la plaza donde está el monumento de la primera foto, que conmemora el centenario de la unificación de la ciudad.
Allí cerca está la fuente de la música, cuyos chorros de agua están sincronizados con música clásica.





Además de un bonito jardín, podemos encontrar un depósito de agua que ahora se utiliza como sala de exposiciones y las ruinas de un convento.


Pero lo mejor es caminar entre los macizos de flores y sentarse en algún banco.


El jardín está bien cuidado y lo que es agua no le falta.

Con un poco de tiempo podemos fijarnos en los detalles y descubrir nuevas perspectivas.



lunes, 8 de octubre de 2012

Praga I


Sólo estuvimos tres días, pero vimos tanto que más bien parecían tres, y aún así me quedó en el tintero el museo de Mucha. Esa es la cuenta que tengo pendiente con Praga, volver con más tiempo y más tranquilidad, para disfrutarla más y mejor.
Porque la ciudad lo merece. Las fachadas son una preciosidad, tan limpias, tan cuidadas, tan fotogénicas. Ya sea en la plaza de San Wenceslao o más en el centro.





Praga es muy turística y está llena de pequeños restaurantes y cervecerías. No en vano, los checos están entre los que beben más cerveza del mundo.
Fue la única decepción, una muestra más de que en esta ciudad no se debe ir con prisas. Esperaba probar unas cuantas, pero no fue fácil. La Urquell está en todos lados, salvo que se acerque uno por algunas de las cervecerías que venden su propia marca, y nosotros corríamos demasiado, comiendo donde nos pillaba.




Tuvimos suerte con el tiempo ya que sólo llovía por la noche. Se ve que lo tenían bien organizado. Vimos varios museos, nos subimos a todas las torres y paseamos por calles y plazas.







Cruzamos varias veces el río Moldava, por el puente de Carlos, el más antiguo y famoso, y por otros que no tienen el mismo encanto. En la orilla opuesta se alzan el castillo y la catedral, a los que dedicaríamos un día entero. Al bajar conviene detenerse en la otra orilla, para observar la ciudad bajo el sol poniente.






Otra mañana hay que reservarla para el barrio judío y su conocido cementerio. Pero lo antiguo convive con lo nuevo y también hay edificios modernos, como la casa danzante.



En un par de ocasiones nos aceramos por la cervecería U Fleku. Un lugar perfecto para después del atardecer donde sirven una cerveza negra riquísima en un ambiente muy animado.